El ardiente sol hacía brotar gotas de sudor de la frente del viejo, pese a lo cual, éste cubrió con sus manos la taza de té humeante y dulce, como si quisiera calentárselas. No podía desprenderse de la premonición. La llevaba adherida a sus espaldas como frías hojas húmedas.
[…]
Clavó la vista en el polvo. Sombras con vida. Oyó opacos ladridos de jaurías salvajes que merodeaban por las afueras de la ciudad. La órbita del sol comenzaba a caer detrás del borde del mundo. Se bajó las mangas de la camisa y se abrochó los puños: se había levantado una brisa helada. Venía del Sudoeste.
Partió presuroso hacia Mosul a tomar el tren, con el corazón encogido por la escalofriante convicción de que pronto se enfrentaría con un viejo enemigo.
El Exorcista
William Peter Blatty