El ardiente sol hacía brotar gotas de sudor de la frente del viejo, pese a lo cual, éste cubrió con sus manos la taza de té humeante y dulce, como si quisiera calentárselas. No podía desprenderse de la premonición. La llevaba adherida a sus espaldas como frías hojas húmedas.
Seguir leyendo «El Exorcista»